lunes, 18 de abril de 2016

Ningún lugar en mente de Eduardo Padilla




Estaba yo
orinando desde una gran altura
después de haberme tomado todas la cervezas
que el presidente de América guarda en su maleta
junto con la llave de los infiernos.
La distancia de mi cabeza
a mis pies:
la catarata más fotogénica.
A continuación mi cuerpo
caía en pedazos del tamaño de pequeños continentes
sobre lo que debía ser una planicie
tan vasta como para alojar una fila india
de millón y medio de elefantes,
todos en huelga.
De cada fragmento
—se desplomaban
sin hacer ruido—
una escena mundana
aunque enigmática
se presentaba ante mí
para luego dejar de ser,
otra vez,
sin causar alboroto
o molestias de ningún tipo.
“Vaya” pensé al despertar
“si tan sólo pudiera derivar de todo esto
un sentido sistematizado, o mejor aún,
la clave mágica para un futuro sistema totalitario,
podría llegar yo
muy alto y muy lejos.”